Más allá de la disputa por el poder en el país, en las próximas elecciones hay partidos que tienen otras prioridades. En ambas coaliciones, tanto el Partido de la Revolución Democrática (PRD) como el Partido del Trabajo (PT) se juegan el 2 de junio su existencia como institutos políticos nacionales.
Amparados en una política de alianzas que ha cubierto su creciente debilidad electoral, ambos buscarán ahora alcanzar el 3 por ciento de votos que les garantice su sobrevivencia.
El saldo de los últimos procesos electorales federales y locales revelan la pronunciada caída del sol azteca a partir de la ruptura interna tras los comicios de 2012, que dio origen a Morena. Desde entonces, el descenso de su votación ha sido consistente en el plano federal, pues pasó de poco más de 11 por ciento en 2015 (primera incursión en los comicios federales de Morena), a poco menos de 6 por ciento en las elecciones presidenciales de 2018 y aún más en 2021, cuando registró 3.7 por ciento de votos.
Sin embargo, donde más se ha resentido el retroceso del PRD es en los comicios locales, que arrojan un saldo crítico: en 17 entidades el partido no ha alcanzado el 3 por ciento que la legislación exige para preservar el registro y recibir financiamiento local.
Aunque oficialmente, de acuerdo con el reporte del Instituto Nacional Electoral sobre su militancia efectiva, el PRD reporta que cuenta con 999 mil 249 miembros, los resultados electorales en los últimos comicios locales de gobernador, alcaldes y diputados reflejan que hay entidades donde el partido es prácticamente inexistente.
En Campeche, Colima, Chihuahua, Guanajuato, Jalisco, Nuevo León, Querétaro y Tamaulipas su votación ronda uno por ciento, muy lejos del mínimo legalmente requerido para acceder a las prerrogativas y tener presencia en el Congreso local. Porcentaje que se equipara con lo alcanzado en los comicios municipales, pues en estas entidades, salvo un municipio en Campeche y tres en Chihuahua, en el resto no obtuvo ninguna victoria.
En otro grupo de estados (Baja California, Chiapas, Coahuila, Durango, Puebla, Nayarit y Yucatán) su votación oscila entre 2 y 2.7 por ciento. De hecho, la fuerza electoral del PRD ahora se concentra en un puñado de entidades (Ciudad de México, estado de México, Guerrero, Michoacán y Tabasco), donde tienen votaciones de entre 6 y 15 por ciento en algunos casos.
Su debacle se ha disfrazado por su consistente búsqueda de alianzas con los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN), pero que no se reflejan en posiciones políticas. De hecho, a nivel nacional el PRD apenas gobierna poco más de un centenar de ayuntamientos (de los 2 mil 500 que hay en el país) y sólo tiene, en conjunto, 43 diputados locales en los 32 congresos estatales y en 10 entidades no tiene representación en el Congreso.
Otrora aliados, cuando se identificaba a PRD y PT como la opción política de izquierda, con la irrupción de Morena en el escenario político y la inclinación perredista de coaligarse con la derecha para contender en comicios federales y locales con PAN y PRI, hoy se encuentran en opciones antagónicas con un denominador común: sus dirigencias, que se han eternizado en el control del partido en ambos casos.
El perredista Jesús Zambrano forma parte del núcleo duro que tomó la dirigencia con la corriente de los Chuchos (y que hegemonizó el liderazgo por años) y fue quien firmó por el PRD el Pacto por México, el aval del perredismo a las reformas estructurales de Enrique Peña Nieto, hecho que precipitó la ruptura que dio origen a Morena, sellando así el destino del sol azteca. Una adhesión que marcó su futuro que se ha desfondado en militantes, votaciones y posiciones políticas.
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